Bienvenidos a la ciudad histórica de los metales oxidados. Slurgia les da la bienvenida.
A la derecha verán grandes montañas, abarrotadas todas de pequeñas cajas de colores, donde personajes oscuros y anónimos entran y salen casi robóticamente todas las mañanas y todas las noches. A la izquierda verán construcciones aburridas y sin ninguna gracia donde también entran y salen personajes igual de oscuros y anónimos.
Slurgia se enorgullece, sobre todo, de sus máquinas transportadoras de estos pequeños seres, máquinas que garantizan el continuar de la vida tal como se la conoce en la ciudad.
Esta ciudad es diferente, disfruta de un sentido de compañerismo que no encuentras en las ciudades convencionales. A los pequeños seres que la habitan los bautizaron “colaboradores esenciales”, lo cual es el equivalente a “ciudadano” en cualquier otra civilización. Los colaboradores esenciales son el sueño de todo alto mandatario: silenciosos, obedientes, humildes y sobre todo complacientes. Nadie sabe exactamente cómo ni cuándo es que los metales oxidados en los que viajan los colaboradores se convirtieron en el símbolo de la ciudad, pero lo que sí se sabe es que sin estos, Slurgia no existiría tal como la conocemos. El colaborador esencial se caracteriza por no protestar. Es fiel a la ciudad y al alma que la habita. No reniega por el transporte considerado “poco digno” (término utilizado por visitantes de tierras extrañas), al contrario, lo celebra y se enorgullece de él. Aceptar sin chistar la aparente eternidad de estos metales oxidados es parte del espíritu de Slurgia. Existe una complicidad entre el transporte, los seres oscuros y anónimos y los grandes mandatarios de la ciudad, a quienes los colaboradores nunca han visto en persona.
Sin embargo, deben ser advertidos de que no todos los habitantes de Slurgia son fieles a su ciudad, la historia y sus símbolos: encontrarán, sea en las montañas adornadas de cajas coloridas o sea en las construcciones sin chiste, pequeños grupos de rebeldes, anti- colaboradores, seres que se juntan para renegar del gran símbolo de la ciudad. Estos pequeños grupos suelen tener contacto con otras ciudades, ya sea a través de cartas escritas o por Internet (una tecnología relativamente nueva para Slurgia), son influenciados por creencias ajenas y es así como terminan convirtiéndose en rebeldes. Se ven, cada quince días, decenas de rebeldes como ganado (por cómo se juntan), asemejándose a una estampida (por la furia en sus ojos) en cámara lenta (porque el cuerpo no les da para una estampida real), recorriendo las principales calles de Slurgia, protestando contra los metales oxidados, entorpeciendo el paso de éstos, incomodando a los colaboradores, pero sobre todo, confundiendo a los más pequeños de los seres oscuros y anónimos.
El peor caso de confusión sucedió hace un mes.
Mientras un ganado de rebeldes manifestaba su rechazo al transporte, una colaboradora descuidó a uno de sus pequeños seres oscuros y anónimos, éste no escuchó lo que se les enseñaba a todos los colaboradores adultos de Slurgia: “La protesta contra nuestros metales oxidados y su historia es ir contra el orgullo de la ciudad. Los rebeldes y sus peticiones deben ser ignorados si es que queremos que la ciudad siga existiendo y funcionando”.
Desde dentro del vehículo se escuchó una vocecita aguda pero nada estruendosa:
“¡Metal no!”. Todos los colaboradores voltearon a ver al pequeño ser.
“¡Metal oxidado no!”. Muchas miradas incómodas y castigadoras se dirigieron a la madre. Estaba creando un pequeño traidor, un pequeño alienado, un pequeño con esa cualidad de las ciudades lejanas.
Un viejo de oscuridad sobresaliente gritó: ¡Que alguien corrija a esa criatura! ¡¿Dónde está la madre?! La mujer, al verse ofendida y humillada, empezó a llorar, con lo que el pequeño ser le siguió y ahora estaban los dos llorando. El viejo no pensaba dejarlos en paz:
¡En serio! ¡¿Quién piensa corregir al engendro?!
Lo que hizo crítico este caso de confusión fue que, ante los reclamos del viejo, la madre, en un momento de desesperación y maternidad intensificada (no encontramos otra razón) empezó a gritar con el niño: “¡Metal no! ¡Metal oxidado no!”, seguido después por su brusco abandono del vehículo para pasar a ser parte de las filas de rebeldes, ante las miradas atónitas de los verdaderos colaboradores esenciales.
Este caso, el peor de todos, quedó grabado en la historia de Slurgia, en la que se describía a una extraña mujer y a su pequeño ser, ambos transformados en rebeldes sin la necesidad de la influencia exterior, rebeldes espontáneos, víctimas de esta rara enfermedad de traición llamada con ímpetu por los rebeldes veteranos: “dignidad”.