Te vi

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Y te vi en un carrito.
Y jugabas, y cantabas, y saltabas, y llorabas.
Y todo, todito, todititito estaba pasando,
entrecortado pero volando. Y no
hablemos de cometas o de juegos que se
apagan quedándose sin luces. Es como
hablar de discos rayados, de casetes
hongueados, de canciones llorando.
Te vi en un carrito, con tu carita de bonito,
con tus ojitos medio chinitos y con tus
cabellos tan lisitos.
Te vi en un carrito y no te vi más.
Te vi en un carrito sin pretender mirar,
entender, mucho menos explicar.
Y te miré con mis ojitos de Luna –nombre
propio, con mayúscula- mi mirada de
ternura, gran mentira, va en cursiva.
Trozos de bullicio, tildadas, sobresaltos.
Y te oí, te escuché.
Y te vi en un carrito.
Y jugabas, y cantabas, y saltabas, y llorabas.
Y no me mirabas, y no me reías, y no me
hablabas, y no me dabas ni un mendrugo
de presencia, ni de ausencia, ni de estancia,
ni de eso que le dicen nada. Sin migajas,
gacha y cabizbaja. Me acerqué sin mi
apariencia, totalmente desarreglada,
bastante ingenua para tonta, diría yo,
tantito endemoniada, como una granada.
Pero reventada.
Te miré y alcancé tus ojos de limón -del
cesto negro cercano al del limón-, no
sabía qué decir, tartamudeé al compás
de lo que hacía de motor, de la cacofonía
del asiento, con las lunas y el reflejo,
pasamanos y boletos, con manos, dedos,
puños y frenos.
Tú me viste, de reojo pero lo hiciste, un
poquito, casi nada, y no quisiste verme
más, los problemas, mis cabellos, tu paz.
Yo no lucía como siempre, pero a ti te vi
igualito. Yo no lucía como siempre, pero
te vi igual de bonito, bonito-bonito. Yo
no lucía como siempre, pero te vi en ese
carrito.
Y te vi lagrimeando, acostadito, con ojeras
y gemidos, en suspiros, preocupado,
resignado, sudando frío por la espalda, tan
triste, tan solo, tan nada.
Y te vi en un carrito.
Y jugabas, y cantabas, y saltabas, y llorabas.
Y te vi, para no verte más. Nunca, nunca,
nunca bonito, ay bonito, nunca más.
Apreté la cartera y me eché a andar, a trabajar,
no había tiempo para jugar, a ser mamá.

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