Viajar en combi

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Esperar es pasar por alto el presente.

Estoy sentado leyendo y es como hacerlo en medio de una casa embrujada.
En los momentos buenos percibo el rumor de una conversación, una risa diabólica el ruido seco de unas pisadas que me distraen, por momentos las luces tintinean y se apagan para volver a encenderse luego de unos segundos, sin explicación aparente. En los momentos malos una sobrehumana fuerza centrifuga me oprime como una mano gigante que se va cerrando en tomo a mi pecho, además del inconfundible olor sulfúrico de aquellos cuerpos condenados al fuego que no se apaga.

Acabo de cruzar Javier Prado y es hora punta. He terminado de leer El Chacal de Frederick Forsyth, a la altura de Angamos y sólo ahora es cuando esta realidad ajena y remota cobra vida; como si alguien, de pronto, encendiese las luces del averno. Llevo 45 minutos en el bus y no me ha parecido una molestia, después de todo el presidente De Gaulle ya está a salvo. La gente se abarrota y empiezo a percibir, como sabueso, el olor de la desesperación y de la impaciencia diabólica de quienes se desesperan por llegar a casa. Aquella frivolidad de odiar el tráfico solo tiene sentido en quienes no tienen más que hacer que trasladarse de un lugar a otro. Hay quienes conversan y algunos pocos que incluso ríen, pero la mayoría despotrica, frunce el ceño y codea sin asco para evitar el roce de cuerpos desconocidos ¿Así que este es el infierno que solo percibo a través de una cortina de penumbras? Pues no me parece tan malo.

Cuando me bajo tengo que elegir entre otro bus para cubrir las veinte cuadras que aún faltan para llegar a mi casa o el antiguo arte del parkour que me permite esquivar a ambulantes apiñados y peatones presurosos. Nadie tiene tiempo para caminar, todos corren. Como es obvio, apurado no estoy. Para cada batalla hay un tipo de arma así que me pongo los audífonos y me subo la capucha, me acomodo bien la mochila en la espalda y doy play al podcast de historia del que soy fan, en donde un grupo de españoles bonachones y
apasionados hablan de historia con la misma intensidad y placer con las que mi vieja habla de Dios o mi hermana de comida. El tema de hoy es de mis favoritos: La batalla de Francia durante la segunda guerra mundial. Acelero el paso y esquivo a una señora gorda que carga a un bebe gigante mientras los motorizados alemanes penetran las Ardenas. Me detengo a la altura del ovalo de la avenida Venezuela y ojeo libros viejos en el puesto en el que he comprado toda la literatura francesa que he leído. Los buses están detenidos a lo largo de toda la avenida en un rio inmenso de chatarra humeante que ronronea como un animal herido, los observo mientras los ingleses luchan por evacuar Dunkerque y pienso que aquellos hombres cercados habrán estado así de apiñados aunque menos asustados, menos furiosos y menos derrotados que los pasajeros de un bus.

Llego a la esquina de mi casa casi en el momento en que mi hermano baja del bus que lo trae de su trabajo. Me apresuro y lo toco por el hombro para saludarlo. Esta visiblemente agotado y pienso que, de habernos puesto de acuerdo, hubiésemos caminado juntos las 20 cuadras que he caminado yo y le habría dicho alguna broma que le haga reír mientras recuerdo que, de pequeños, jugábamos juntos a la pelota mientras esquivábamos autos en la pista de la calle ¿En qué momento nos volvimos tan ocupados que casi no conversamos?
Dentro de casa, mi hermana se queja de que ha llegado tarde al trabajo por el tráfico mientras replico que en realidad la culpa ha sido de ella y no del tráfico. Me sonríe. Me dice que me sirva un plato de sopa aprovechando que ya está caliente. Le hago caso y cojo también un pedazo de pan.

A la mañana siguiente mientras desayuno todos se mueven presurosos y el bullicio se incrementa, se quejan por el baño ocupado y se queman la jeta con el café caliente. Yo vierto mi café en un gran plato hondo de sopa mientras soplo profusamente. A decir verdad no estoy tan apurado como los demás. Cuando termino de alistarme y ya con la mano en la puerta mi hermano pregunta ¿vas a ir con tu auto? Y mi hermana agrega ¿nos llevas? Yo los miro sorprendido,
¿Con este tráfico?, ¡imposible!, respondo, me voy en combi.

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