¿Cuál fue el último libro que leíste?
¿Realmente importa?
Hoy conocí a Noelia. Noelia no me conoció a mí. No paraba de preguntarme sobre el último libro que había leído. Tras varios minutos de mirarle los tobillos, me di por vencida y atiné a responder: Ya no leo, Noelia.
El libro de ochocientas páginas que llevaba bajo el brazo me asustó. No recuerdo la última vez que haya leído un libro tan grande. Lo habré hecho un par de veces. No suelo concentrarme. Algo en la cabeza me hace volar y el libro queda pegado al suelo, se vuelve mundano y yo ya estoy en otra parte.
Lolita fue el último libro que leí.
¿Por qué no se lo dije?
Me gustaría saberlo, realmente. Podía habérselo dicho en lugar de verle los tobillos, en lugar de hacerme la tonta, en lugar de darle una respuesta que ella no me pidió: «Ya no leo, Noelia».
¿Cómo será una Noelia que no lea?
Quizá menos desafiante, quizá algo más tierna, tal vez sí, tal vez no. En mi mente hago bromas y repito «Noelia no leía, Noelia no leía», dándome cuenta un rato después de lo trillado de jugar a desordenar las letras de las palabras.
Hace poco tuve un sueño: Recostada en el pasto se me dio por recoger una pequeña piedra.
Al observarla bien, la piedra no parecía ser una más entre la tierra, parecía en realidad un pedazo de concreto perdido en el campo, un pedacito de ciudad que no supo cómo regresar a su lugar de origen.
Mientras veía el campo completamente vacío, una sensación de mareo me empezó a abordar. Empezaron a caer más hojas pero esta vez pequeñas y cada una de una forma diferente a la anterior. Frente a mí, se alinearon de una forma casi musical.
De alguna manera (lo cambié por “forma”), en ese sueño, las formas de las hojas tenían un sonido, tenían un valor fonético.
Toqué la primera hoja y escuché algo que daba a entender una “ene”. Toqué la siguiente y me sonó a una “o”. Cuando alargué mi brazo para tocar la tercera hoja, el mareo se me pasó, el sueño dejó de parecer sueño, sentí mi cuerpo mojado y desperté bajo mi manta azul y con el pingüino de madera que tengo en el velador mirándome.
Pasé varios días pensando en ese sueño. Traté de relacionar conceptos, colores, todo, pero no llegué a nada en concreto.
De pronto, mientras revisaba mis discos viejos y llenos de hongos, algo cayó de entre la ruma. Era un libro. Tapa rosada, hojas agradablemente amarillas. Se veía muy muy maltratado, lo que conmigo es señal de que realmente me obsesioné con él.
Tenía cosas que hacer pero una extraña espiral en mi mente me jaló hacia la primera página y no pude soltar el libro. Tenía que leerlo otra vez.
Al terminarlo, exhausta, maravillada y satisfecha, un rostro me vino a la mente, era el del personaje principal del libro, era tal cual yo lo había pintado: blanca, pecosa, cabello rubio oscuro, delgada, con una mirada juguetona, que desafiaba y enternecía al mismo tiempo.
Empecé a ver más de ella detenidamente, sus hombros, sus manos, sus pequeños senos y el atuendo que llevaba. Y le miré los tobillos, mi eterna debilidad.
– ¿Cuál fue el último libro que leíste?
De nuevo, con palpitaciones, desperté completamente empapada, como levantándome de una maratón, la maratón más ligera pero que por algún motivo te deja húmedos hasta los nudillos.
Recordé de pronto el día en que conocí a Noelia No-Leía. Recordé sus pecas, su piel blanca, que era un tanto delgada y lentamente me di cuenta de algo: Ese sábado yo no salí a la calle.
Ese sábado empapé de nuevo mis pijamas. Soñé con el personaje principal de la última historia que había leído… que me preguntaba exactamente eso: ¿Cuál fue el último libro que leíste?
El último libro que leí, ahora, ya no se me hacía tan lejano. Su tapa rosa y hojas amarillentas siguen empapando mis sueños. De alguna forma sigo leyendo, entre volteretas sobre mi cama, a la pequeña Lolita, al rostro de la inexistente Noelia.
Al final ‘Noelia No-Leía’ fue lo más real que viví en esos meses, meses de sueños fríos y de sudor, meses de pesadillas encantadoras, meses antes de volver a leer.